AUDITIVOS.  Lenguajes
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        La palabra que se pronuncia y se escu­cha es un don natural. Se aprende, se acrecienta, se emplea, en ocasiones se bloquea. La palabra que se consigna por escrito es menos natural; también se aprende, se desarrolla y se analiza. Se introduce en un soporte artificial, que son los signos gráficos, por los cuales sigue manteniéndose a través del tiempo y puede ser transportada, en cierto sentido como fosilizada e inmovilizada, de un lugar a otro y de una persona a otra.
    En su afán de seguir perfeccionando sus medios de comunicación, los hom­bres han sido capaces de inventar artilu­gios y recursos para conservar la palabra audible, es decir preparada para hacerse oír mucho más allá del lugar físico en que se encuentra el hablante e incluso para introducirla en instrumentos que la conserven a fin de poderla repetir y aprovechar cuando se desee.

   1. La palabra auditiva

   Esta palabra puede ser denominada audible, o auditiva, tal vez audial. Estric­tamente no es palabra oral, sino técnica. Se pronunció y no se perdió en el ambiente. Se grabó y se puede aprovechar de nuevo. Los medios de registro y de reproduc­ción la han convertido en algo importante y frecuente.
   Con esa palabra podemos realizar diversas operaciones:
    - Podemos reproducirlas sin más y comentarlas con la natural, juzgarla o sim­plemente aprovecharla. Tenemos la grabación y el registro.
    - Podemos ensamblar la palabra con la música y convertirla en canción.
    - Podemos modularla con ritmo, vida y estilo y la hacemos recitación y a veces declamación.
    - Podemos asociarla a gestos o esce­nas simuladas y es dramatización.
    - Podemos hacerla caminar por el cable y la convertimos en telefonía
    - Y podemos hacerla cabalgar en las ondas hercianas y en cadenas de radiodifu­sión.
    La comunica­ción humana ha entrado en un estadio en que la palabra natural se halla desa­fiada por mil inventos curiosos. Ello exige actitudes selecti­vas, usos oportunos y, en ocasiones, regreso a lo natural para no perecer entre ingenios, artificios y tecnologías.
   Sabemos que nos puede hacer llorar o reír una grabación cinematográfica que es puro montaje fingido, que nos puede descon­certar una palabra amorosa que es sólo aparente, que nos puede interpe­lar una palabra religiosa, una oración, que escuchamos en una cinta magnetofónica o conservada en soportes más fieles que los magnéticos.
    En la medida en que todo ello lo hagamos arte más que técnica, comunicación de personas más que transmisión de informaciones, seremos capa­ces de hacer maravi­llas con la palabra con­ser­vada. Será fuente de gozo y expresión crea­do­ra del hombre inteligen­te. No será el hombre técnico el protagonista para hacer composiciones auditivas originales sino el hombre sensible y vivo el que se ayude con ella para enlazar con los demás humanos.
   En esta dimensión moral y real es donde se inserta el interés que la cate­quesis se toma por todo lo que supone esa palabra.
 
   2. Palabra tecnificada

   Al educar la fe podemos usar la palabra tecnificada en la misma medida en que es frecuente en los demás terrenos de la vida. La diversidad de lenguajes que hoy proliferan, nos obliga a no redu­cirnos a la simple palabra natural. El entorno en el que vivimos emplea múlti­ples lenguajes técnicos y artificia­les: radio, televisión, cinta magnética, discos compactos, teléfo­no, altavoz.

   2.1. Valor y uso

   En sí mismos no son instrumentos huma­nos, pero sí lo son hu­mani­zables. Ni podemos rechazar­los por fríos y automáticos ni pode­mos esclavizarnos a ellos hasta quedar enredados en lo que tienen de superfi­cial.
   Lo importante para el catequista es poseer criterios serios y hacerlos descu­brir y aceptar al catequizando cuando los usa como recurso y cauce de comuni­cación personal o social.
  - No tiene sentido el que una cinta magnetofónica nos reemplace en el rezo del rosario; pero sí es hermoso aprovechar poemas o alientos espirituales gra­bados en un disco para participar en sus sentimientos, para hacer análisis literarios, para reflexionar sobre valores y sobre ideales trascendenta­les.
   - No es bueno el fomentar actitudes en contra de la justicia o de la digni­dad con canciones por el simple hecho de estar "de moda"; pero sí es convenien­te cono­cer lo que se estila, canta o difunde en el ambiente y adoptar actitudes críti­cas ante el erotismo, el consumismo, el racismo o la superficialidad que nos acechan cabalgando en los montajes co­merciales disfrazados de arte musical.
   - No es enriquecedor para la persona­lidad el vivir en medio del ruido y del ritmo exagerado, con el pretexto de que es "la marcha" que otros llevan; pero sí es interesante emplear los adelantos modernos para hacer posible la comunicación con hombres lejanos, que también son nuestros hermanos.

  2.2. Condiciones de uso

  Los medios artificiales de envolver la palabra natural tan abundantes hoy nos tienen que animar a usarlos en lo que tienen de progreso y a cultivarlos en lo que suponen de comunicación y de formación. Esto implica ciertas exigencias que, de ser cumplidas, ayudarán a una buena catequesis.
   Entre ellas podemos sugerir algunas:
     - Conviene hablar con los catequizandos de forma personal y directa. Es más formativo que analizar técnicamente el contenido de una cinta o de un disco, siempre frío y distante, al recoger la voz de un mito que "no está entre nosotros".
     - Es preciso formar en la oración con plegarias sentidas, vivas e íntimas. Es mucho más "religioso" que una audición de música religiosa, aun cuando venga de la mejor orquesta del mundo.
     - Hay que enseñar a acoger una homi­lía humilde y actual con más respeto que el más magnífico discurso conservado en un disco y emitido por una cadena de radio. La homilía, aunque provenga de un "celebrante" monótono, es palabra viva. El radiomensaje viene de la lejanía del tiempo o del espacio y es palabra artificial.

    3. Variedad de formas

   Son muchos los recursos, instrumen­tos y técnicas que tratan de "desenvolver" y aprovechar la palabra natural, para hacerla más penetrante, más inte­resante y más cautivadora. Recordar los principales ayuda a valorar su im­portan­cia e invita a adquirir habilidades.

   3.1 La música.

    Ha sido siempre com­pañera del hombre, en sus expresiones alegres (fiestas, nupcias, triunfos, nacimientos) y en sus momentos tristes (funerarios, bélicos, de despedida).
    Nació como forma de expresión personal y social y desarrolló formas de intercomunicación grupal. Es sonido, ritmo, tono, modulación, armo­nía, todo lo cual impulsa sentimientos, valores, relaciones, sin necesidad de ser pronunciados con términos lógicos o con expresiones pre­paradas.
    La música, melódica o polifónica, es  habla humana en cierto sentido, pues es producto de la inteligencia. Y a esa forma comunicativa no tiene acceso el animal irracional, por bellos que sean los soni­dos del ruiseñor o los encantos sonoros de los animales del bosque o de los murmullos de la playa.
    Los actos crea­dores, las habilidades instrumentales, la producción de armo­nías es patrimonio exclusivo del hombre. Son las necesidades y destrezas participativas humanas las que hacen de la música un campo inter­mina­ble de expre­siones agradables, más allá de lo que sugieran las palabras pronun­ciadas al ritmo de sus cadencias.
    La música merece un interés prioritario en la catequesis. Y la música religiosa reclama un aprendizaje y un cultivo cada vez mayor. La historia eclesial está llena de melodías y de preferencias musicales cambiantes, como lo muestran los mu­seos antiguos llenos de partituras y de sorpresas sonoras. El lenguaje musical ha sido siem­pre portador de riquezas espiri­tua­les de alto valor forma­tivo.
    De manera especial es imprescindible, si se trata de la liturgia, como es el caso de la música gregoriana. Y es habitual en cualquier comuni­dad creyen­te como acontece con las diversas can­ciones piadosas que acompañan los tiempos litúrgicos: músicas navideñas, cuaresmales, pascuales, marianas, ha­giológicas, etc.

   3.2. La canción.

   Es la palabra hecha música o unida a ella lo que llamamos cántico, canción, copla, tonada, trova, balada, sonata y mil nombres más que coinciden en el sonido hecho arte humano.
   Los hom­bres han cantado siem­pre y han hallado en los cánticos el cauce óptimo para relacionarse con los demás huma­nos en las alegrías y en las tristezas, en los lamen­tos y en las ala­banzas.
   De manera especial son los jóvenes, más que los niños, quienes se muestran sensibles ante la canción. Expresan sus preferencias y sentimientos con cánticos variables, que a veces se convierten en espectáculo, pero que ordinariamente son formas usuales de ex­presión.
   Los cánticos religiosos constituyen magnífico vehículo de transmisión de ideas, creencias o relaciones. El catequista debe apre­ciarlos, usarlos, selec­cionarlos, incluso inventarlos.
   Al igual que la música, la canción se ha promocionado en los tiempos recien­tes gracias a los inventos y recursos de fácil acceso popular, como son los discos, las cintas, los instrumentos grabadores y repro­ductores tan exten­didos.
   Elaborar o recoger una ""banda sono­ra" de un film, un "comunicado radiofónico" de una emisora, un "anuncio religioso" es acción asequible a todos y puede resultar estímulo cautivador para determinados niveles o ambientes juveniles. Realizar una sesión de discoforum, un concurso de canciones religiosas, un estudio so­bre humanos de una figura significativa en el mundo musical, etc., pueden dar mucho juego al catequista.
   Por eso es bueno manejar los instru­mentos de comunicación musical: el mag­netófono o la grabadora digital, los discos y las cintas, la radio y los campos informáticos que los reproducen o hasta los pueden manipular a gusto del receptor.

   3.3 Palabra registrada

   La fonograbación, que es el arte y la técnica de conseguir documentos sono­ros para diverso uso social o pedagógico, religioso, político o comercial, personal o corporativo, se presta en cateque­sis a muchos trabajos y proyec­tos.
   Se pueden elaborar mensajes selectos, consignar debates y encuestas, realizar entrevistas y consignar mensajes orales de mil formas, etc. En la medi­da en que entran en juego como protago­nistas los catequizandos mismos, las posibilidades dinámicas, y por lo tanto atractivas para ellos, se transfo­rman en fórmulas pedagógicas más agra­dables y eficaces que las simples tareas escri­tas o la mera explicación oral.
   Se puede aprovechar en sus diversas manifestaciones.

   3.4. La palabra readiofónica

    Es una forma preferente y predilecta de la palabra grabada y emitida a distan­cia. La radiodifusión y todo el ámbito de las emisiones por onda o por fibra, recla­ma especial inte­rés para los educadores.
    Los programas se­lectos, sobre todo de identidad religiosa o moral, pueden facili­tar un material actual, dinámico y con reso­nan­cias sociales provechosas.
    Con las cadenas, empresas asocia­das o emisoras únicas, los programas convencio­nales se pueden hacer asequi­bles a todo el que quiera usarlos. Son muchos los caminos compatibles con diversas iniciativas de comuni­ca­ción: la radio­difu­sión de aficio­nados, los mon­tajes de ensayo asequibles, las transmi­siones en ámbi­tos restringi­dos. El hecho de preparar, gra­bar, reproducir, escuchar y criti­car, su­pone una forma estimulan­tes para los cate­quizandos. Y el hacerlo con emisoras familiares que se escuchan a veces en otros ambientes también resul­ta apoyo excelente.

    3.5. Palabra telefónica

    También el teléfono, instrumento de uso convencional y masivo, fijo o, en los tiempos actuales, móvil, se puede trans­for­mar en recurso o instrumento de valor catequístico. Cauce de comunica­ción, puede serlo también de información, de animación, de interrelación, de consulta y de contraste.
    Algunas formas de uso, por ejemplo las de consultorio o animación, pueden ser verdaderas plataformas de caridad cristiana. Tal acontece, por ejemplo, con el llamado "teléfono de la esperanza".
  La masiva irrupción del teléfono móvil en la vida juvenil y adolescentes de los ambientes desarrollados está suscitando unos lenguajes nuevos a esas edades: mensajes, abreviaturas, claves, etc. que el catequista debe al menos conocer y aprovechar en lo posible.

  4. Palabra técnica y catequesis

   El catequista tiene que poseer criterios convenientes para el uso de la palabra artificial que se encierra en los recursos técnicos. Si no la usa con selección, oportunidad y sentido práctico, corre el riesgo de perderse en ella y transformarla en simple entretenimiento.
   Necesita aprender a dominar esa palabra y adaptarse a los diversos cate­qui­zandos en el uso de lenguajes que am­bientalmente son familiares. Hablar con soltura esos lenguajes y usar esos instrumentos es acercarse a las personas que los emplean. Pero exagerar en su empleo, sobre todo si atrofian las comunicaciones más naturales es, con fre­cuencia, perder el tiempo, ya de por sí escaso para otros objetivos o proyectos más necesarios.
    Es bueno multiplicar los ejercicios con instrumento que los catequizandos usan también en otros ambientes o lugares. Pero hay que saber determinar con eficacia los cauces de acción, perfilar bien los objetivos que se persiguen, asegurar la participación espontánea de todos, sin tolerar absorciones o manipulaciones por parte de los más activos.
   Ni se deben ensalzar estos instrumen­tos como formas preferentes de expre­sión, ni deben ser infravalorados en el contexto de la cultura y de los usos sociales en que vivimos. El catequista debe cultivar el arte de la oportunidad, de la adaptación y de la habilidad para la organiza­ción.
    No estará bien usarlos sólo como "complemento" o como "entretenimien­to", sino como lenguaje humano siempre disponible en la medida en que resulte oportuno, asequible y eficaz.
    Por eso al catequista corres­ponde decidir cuándo, dónde y cómo conviene emplearlos, sin reducirse a la categoría de consumi­dor de recursos ajenos.
   Si aprende a hacerlo con adaptación, consigue pronto beneficios singulares que, sobre todo en ciertos niveles o ambientes, conllevan mejor aprovechamiento, incremento de formación, facilidad para el diálogo y el intercambio. Así se llega a una catequesis excelente de compromiso y participación. Es evidente que el catequista precisa cierta prepara­ción técnica y pedagógica, que no difícil de conseguir.

    5. Música y catequesis

    La música constituye un lenguaje magnífico para la transmisión del mensa­je religioso. Además de recoger, encauzar y desarrollar valores naturales en el hombre, por su inclinación espontánea a cantar, también refuerza el dominio de los mensajes con sus riquezas estéticas y sus estímulos afectivos. El catequista debe mirar con simpatía la música y la canción.
   Debe estar muy abierto a los diversos tipos de música:
    - música piadosa y meditativa, que sirve para relajamiento y ambientación;
    - música festiva y evasiva, que contribuye a expresar la alegría;
    - música ocasional, como es la funeraria, la rememorativa, la social;
    - música folclórica, que se halla vinculada con usos y tradiciones concretas de cada ambiente o comunidad;
    - música popular, música clásica, música selecta, música poética, música comercial, etc. etc.
   Especial llamada de atención hay que hacer en relación a la música evocadora de sentimientos religiosos o de valores espirituales y morales:
    + La que se relaciona con el culto: música eucarística, penitencial, maria­na, pentecostal...
    + La referente a la vivencia de tiempos litúrgicos, con sus valores eclesiales:   
       - de Adviento, con sus mensajes de esperanza;
       - de Navidad, con sus actitudes de alegría y agradecimiento;
       - de Cuaresma, con sus invitaciones a la penitencia y conversión:
       - de Pascua, con sus manifestaciones de gozo resurreccional.
    + La relacionada con conmemoraciones: himnos, tradiciones, procesiones...
    El empleo masivo de música grabada: cintas, discos, emisiones de radio, etc, no deben hacer olvidar al catequista que el mejor lenguaje musical es el que se vive y se encarna en cada momento.
 
  5.1. Consignas catequísticas

  Hacer cantar a los catequizandos una breve canción puede resultar más "for­mativo" que escuchar una pieza artística, histórica o cultual para la que no están  preparados.
    En la Catequesis es aconsejable usar la música con oportunidad, pero extre­mar las exigencias estéticas y éticas:
    - Hay que preferir determinadas canciones como familiares y disponibles. Pero hay que recordar que músicas bíblicas como los himnos o los salmos son prioritarias.
    - Las canciones que evocan sentimien­tos básicos en el cristianismo: perdón, arrepentimiento, ofrenda, adoración, son siempre preferibles a las canciones fugaces de la moda de cada momento.
    -  Los catequizan­dos suelen gustar los cánticos ya sabidos, no los que tie­nen que apren­der, que siempre supone esfuerzo y repetición;  los cánticos que se conocen y emplean en una parroquia o comuni­dad son pre­feri­bles a las ocurrencias ocasionales de un catequista;
    - Conviene preferir el cántico "comunitario", más que el desahogo personal por medio de la música o la ostentación de habilidades artísticas personales.
    - Es deseable usar los cánticos de manera habitual, descubriendo que el arte no está reñido con la comodidad, que el agrado depende de la espontaneidad, que los niños participan con natural gusto de los usos y costumbres de los adultos.

   5.2. Modelos específicos

  Hay ciertos cánticos y modelos música­les que el catequista debería estudiar y dominar con alguna soltura.
  - Tal es el caso de los Salmos bíbli­cos que se hallan en el corazón de las cate­quesis primitivas. El Salmo 122: "Que alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor" como modelo de cántico de alegría; el Salmo de la historia de la salvación (el 78 o el 135) o el de la crea­ción (136), son modelos de cánticos catequísticos que merecen una atención especial.

  Himnos bellos del Nuevo Testamen­to

  - Los himnos del Nuevo Testamento, al estilo del Magníficat (Lc. 2. 46-55) o del Benedictus (Lc. 1. 68-79) o los textos hímnicos fre­cuentes en S. Pablo (1 Cor. 13. 2-12 o Ef. 1. 3-11), son también refe­ren­cias prefe­rentes en la educación de la fe cristiana.
   - Similar recuerdo se puede hacer a las canciones populares en torno a dife­rentes verdades (Trinidad, Redención, Eucaristía), a determinadas figuras (María, los Apóstoles, S. José) o a algunas celebraciones concretas (Bautismos, matrimonios, plegarias funerarias)
   - Los Villancicos y los cánticos cuares­males son también modelos de música didáctica, hechos para comunicar la alegría o el arrepentimiento y llenos, en con­secuencias, de recuerdos sencillos, de enseñanzas asequibles y de invitaciones a la participación festiva o reparadora, asequibles desde edades tempranas.